Un final no feliz

NO SE me ocurriría poner modelo alguno al que debería aspirar el nuestro de las Autonomías: ya para llegar a su nivel de partida pienso que algo le falta. Asombra cómo el Gobierno de Zapatero, viniendo no en huida de guerra pero sí de evitar una declaración, tardó más en desgastarse, siendo Zapatero un novicio bienintencionado, que el de Rajoy, cuyo Gabinete (es cierto) debería haber sido, hace ya tiempo, pasado por las armas. Cualquier valoración positiva del Gobierno de Rajoy (que ya empezó mal al incumplir una por una sus promesas electorales) está equivocada. Sólo la inercia lo ha mantenido. Pero ha llegado el fin. Tal como está no podrá agotar la legislatura. Y lo peor es que no se ve en el horizonte otro gobernante que pueda sustituirlo. Habrá, por tanto, que inventarlo. E inventarlo deprisa, porque es una tibieza la suya que no puede sostener un epílogo largo. Hasta la naturaleza, la suerte y los ferrocarriles se han puesto en contra suya. Ya no hay reforma ni contrarreforma que le valga. Este Gobierno ha de borrarse en pleno. Quizá la vicepresidenta, tan neutral ahora, podría hacerse cargo de algo: quizá de la clausura.